Dios que escucha

Enero 22: Un Dios que escucha

Por siglos, hicimos sacrificios y toda clase de rituales para ganarnos la atención de los dioses, sin saber que el verdadero Dios, el más grande de todos los dioses, nos escucha.

Durante siglos hemos escuchado muchas cosas: que el sacerdote, cura o el pastor es quien habla con Dios. También nos enseñaron que es la virgen María la que intercede y ruega por nosotros, pecadores. Pero la verdad es que no necesitamos intermediarios.

Cristianos, católicos, ateos, creyentes, santos, pecadores, pueden hablar con Dios con la certeza de que él está escuchando.

Tanto a cristianos como a católicos, nos han enseñado que son pocos los que tienen acceso a Dios, pero no es verdad. Dios escucha, y eso es algo maravilloso, realmente es una alegría saber que el creador del universo, quien gobierna sobre todo, también está pendiente de lo que le decimos.

No es un Dios que solo oye lo que le gustaría, o que únicamente presta oído a las alabanzas de la gente; es un Dios que escucha nuestro llanto, nuestras risas, también nuestras quejas y nuestras expresiones de dolor. No es un Dios indiferente, clasista, o amigo de pocos. De verdad, cómo me alegra darme cuenta que siempre tiene tiempo para escucharme.

Yo amo al Señor porque él me escucha, porque oye mi voz cargada de súplicas.
El Señor se digna escucharme; por eso lo invocaré mientras viva.

Salmo 116:1-2

Recuerdo una conversación con un gran amigo católico, que me decía que rezaba a la virgen María porque ella intercede por él, para calmar la ira de Dios, pero en la Biblia encuentro que Dios nos ama, no que nos odia o que está enojado. Si tan solo conversáramos más con él, conoceríamos más su corazón.

También me pasa con mis amigos cristianos, que le piden a su líder o pastor que hable con Dios de parte de ellos, porque no son tan santos para ir directamente a él. Eso está alejado de la realidad. Puedes acercarte a Dios, aunque estés en la peor situación de la vida. Puedes acercarte y conversar con él.

Separa unos minutos hoy para contarle a Dios sobre tu día, con la convicción de que él te está escuchando.

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