Sobran jefes, faltan líderes.

John Maxwell habla de la iglesia como uno de los lugares más difíciles para ejercer liderazgo pues tus voluntarios no ganan un sueldo con el cual chantajearles, no tienen privilegios que puedas quitarles, es voluntariado y la única motivación es la satisfacción de un trabajo bien hecho, y en este lugar es donde se forman, a mi modo de ver, los líderes más determinantes para una sociedad convulsionada.

Algo que he visto desde niño son los líderes sin autoridad, lo cual en teoría no existe, porque la autoridad es requerida para un líder, pero hay muchísimos en las iglesias. Su nombre debería ser «jefes» porque piden que se haga lo que ellos dicen, a su manera, a su antojo. Un líder conoce a su gente, su potencial, sus fortalezas y debilidades; un jefe pide que una tarea se cumpla independientemente de quién la haga, no le importa la persona ni su crecimiento sino que la tarea sea cumplida.

Esas personas, los jefes, se presentan como líderes pero al carecer de autoridad quedan descartados frente a la gente. Piensan que diciendo lo que hay que hacer y siendo obedecidos ya gozan de liderazgo; se asustan cuando alguien amenaza su autoridad o cuando las cosas no salen como ellos quieren. Lastimosamente incluso pastores carecen de liderazgo pero les abunda el jefazgo (eso de ser jefes)

Con los años entendí que no soy más líder porque la gente me obedezca en todo, sino porque la gente crece cuando caminamos juntos. No se trata de que no me cuestionen, sino todo lo contrario, que tengan tal convicción de su capacidad que incluso puedan debatir conmigo y ayudarme a ver lo que necesito cambiar. No soy perfecto, pero junto a mi gente puedo ser mejor.

No me ofende que me corrijan, porque eso quiere decir que hay la confianza suficiente para tratarme como a un igual. No me preocupa que me vean a su lado, porque Jesús estaba a lado de la gente, no sobre ellos, él no creía en una estructura piramidal. No me asusta poner responsabilidad en manos de otra persona, porque es lo que alguien hizo conmigo alguna vez, confiar en mi, permitirme crecer. No me da miedo que otro tenga liderazgo también, porque eso quiere decir que puedo confiarle tareas más decisivas.

Para terminar, si tú eres un jefe disfrazado de líder y quieres cambiar, deja de preocuparte por las tareas y empieza a preocuparte por la gente. Las tareas se realizan solas, la gente aprende a crecer cuando camina con otros. Deja tu mini trono y descubre lo que es tener amigos, confiar en quienes están contigo, permíteles equivocarse así como alguien algún día confió en ti para encargarte lo que estás haciendo a pesar de que sabía que te equivocarías como lo haces.

Necesitamos menos jefes, más líderes. Jesús dijo «Ya no los llamo siervos, sino amigos» ¿Qué tal si tú haces lo mismo?

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