La calle de la muerte

Hace un par de años tengo una pequeña paranoia con las llamadas telefónicas en la mañana. En las películas he visto aquella escena en la que el teléfono timbra, alguien contesta y tras unos segundos empiezan las lágrimas. Esa escena se hizo realidad hace más de un año en mi casa. Me preparaba para ir a trabajar en la mañana y escuché el teléfono, mi papá contestó, cerró la llamada y me dijo «Mamita Rosa falleció». Mi bisabuela, quien crió a mi padre se había ido.

Salí hacia el trabajo para avisar esta situación, después de eso subí en el autobús y ese camino era muy extraño, ilógico, surrealista. Pensaba en mis últimos momentos con ella hace unas semanas, hablando de la sopa de haba, de quinua, del locro de papas, de su vida en el sur de Ecuador, de su infancia y lo mucho que le gustaba el tostado (maíz tostado). Ninguno de esos momentos iba a suceder nuevamente y me encaminaba al lugar donde le daríamos lo que llaman «el último adiós». No había nada que pudiese cambiar esa situación.

Llaman los abogados, te indican que los papeles del divorcio están listos. Ella te llama, te dice que ya nada es igual, que el amor se terminó, que esa  relación no tiene futuro. Le dijiste a tu novio que estabas embarazada y él negó que el niño fuese suyo. Tu jefe llama, te culpan de algo que no hiciste, te despiden y debes salir en silencio, la vergüenza te come el alma. Tus hijos se cansaron de cuidarte, eres un viejo inútil y te llevarán a un hogar para ancianos porque no quieren saber más de ti. Conozco ese camino, cada paso pesa toneladas, cuesta respirar, pero no hay vuelta atrás, lo llamo La calle de la muerte; está en cualquier lugar, ese camino que no tiene un final feliz. Jesús anduvo por allí.

Aunque era el Hijo de Dios y hacía milagros y daba cátedras de vida, no estaba aquí para eso, su misión era morir en una cruz, no había otra manera de demostrar su amor y librarnos de todo lo que pesa en nuestras espaldas desde que nacemos. 33 años caminando hacia la luz al final del túnel, y cuando llegó su hora, después de la oración en Getsemaní empezaría el trayecto más largo de su vida: de un juicio arreglado a la cruz.

Si alguien sabe lo que es caminar hacia su propia muerte es Jesús, pudiendo retractarse no lo hizo, y eligió sufrir cada golpe e insulto como cualquiera de nosotros. Pero al llegar a la cruz hace una exclamación que a mí me impresiona:

¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?

El hijo de Dios se sintió en soledad, en abandono, en tristeza, ¿el todopoderoso? ¿El que calmó la tormenta y resucitó a la hija de Jairo? ¿Ese mismo tipo que hablaba de su padre como el Dios poderoso ahora se lamentaba no sentirlo cerca?. Sus minutos de vida estaban contados, no había nada que se pudiera hacer, ese era el plan, eso es lo que debía pasar. Pero minutos después hace una exclamación más

¡Padre, mi vida está en tus manos!

A pesar de no sentirlo, de no verlo, de no escucharlo, confía una vez más en su Padre depositando en él su vida y confianza.

De eso se trata la calle de la muerte, no tiene un final feliz, pero tiene un final, no es para siempre, y aún allí podemos recordar que el Padre está ahí. Nadie dijo que seguir a Jesús se trata de caminar en nubes, la vida continúa y 3 días después resucitó el salvador, con 3 agujeros en su cuerpo como recordatorio de ese via crucis; las cicatrices existen, pero ya no duelen, la vida continúa.

Puedo cruzar lugares peligrosos y no tener miedo de nada, porque tú eres mi pastor y siempre estás a mi lado;

-David en el Salmo 23:4

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