Enero 4: Perder es ganar

Es una realidad, sufrimos más por lo que perdemos que por lo que tenemos. Pensamos que estaríamos mejor si aquella persona no se hubiese ido de nuestra vida, si no nos hubiesen despedido. Miramos la pérdida como un fracaso, pero en muchas ocasiones, perder es ganar.

A veces la comodidad y la seguridad son enemigos del crecimiento personal.

«Es que en este trabajo soy importante, si me despiden, no soy nada», «sin él/ella, mi vida no tiene sentido, no me enamoraré de nuevo», «es que allá estábamos mejor, de gana vinimos»

Que fácil es aferrarnos a los lugares y a las personas, creer que si hay un cambio, hemos fracasado. Aún Jesús supo desprenderse de su gloria, luego de su familia, luego de su bienestar, y luego de sus discípulos. En ningún momento consideró un error cuando sucedía un cambio en su vida.

Dios trabaja a través de los cambios en nuestra vida. Hace varios años me dijeron que ya no sería parte de la empresa donde trabajaba, y eso trajo dolor y desesperación a mi vida. Miré a Dios con ira, pensando que él se olvidó de mi. No entendía que perder era ganar, por lo que aprendería en los siguientes meses.

Así también, recuerdo hace un par de años cuando me dijeron que me quedaba un mes de contrato. Por un instante pensé «qué hice mal, otra vez se repite la historia» pero preferí cambiar ese pensamiento y decir «ok, Dios, tú estás en control de esto, ayúdame a entender lo que me quieres enseñar».

Pablo, el apóstol, tenía muchas medallas. Desde su ciudadanía romana, pasando por su educación privilegiada con Gamaliel, hasta ser parte de la élite de los fariseos, todo lo dejó porque tenía su mirada en quien debía estar.

¿Estás dispuesto a perder, a pesar de lo que eso implica, sabiendo que Dios cuidará de ti?

Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida, por amor de Cristo. Y a decir verdad, incluso estimo todo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor lo he perdido todo, y lo veo como basura, para ganar a Cristo

Filipenses 3:7-8

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