El mismo mensaje

Cambia la música, la moda, también cambian las filosofías y se escribe la historia, y a medida que el tiempo pasa hay cosas que no cambian.

Cuando Jesús hablaba con la gente les dijo muchas cosas y pocas a la vez. Muchas porque eran contenidos importantes y diversos: el perdón, la justicia, la generosidad, el divorcio, el matrimonio, la familia, y pocos porque todos tenían que ver con un par de tópicos muy importantes: el reino de los cielos, la obra de Dios, la salvación. Dentro de ellos y otros más (yo menciono esos) se resumía su enseñanza.

Tiempo después él encargó este mensaje a sus discípulos, y no pasarían muchas décadas hasta que el mensaje se empezara a tergiversar. Pablo, el apóstol, llamó la atención a Pedro por la enseñanza que estaba compartiendo, pues la había combinado con su perspectiva como judío, mezclando costumbres culturales con un la práctica de fe. Pablo compartía un evangelio más universal, que no separaba o diferenciaba nacionalidades.

Pasarían otras décadas, siglos, y el mensaje se volvería a distorsionar. En algún momento se convertiría en una advertencia y amenaza que intimidaría a muchos y llevaría a la gente a las iglesias por miedo, porque todo se trataba del infierno.

Siguen pasando los años, y aunque han tratado de cambiarlo ese mensaje se mantiene inmutable. Es el mismo mensaje.

Un mensaje que incomoda a muchos porque les obliga a pensar si hay alguien más grande que ellos mismos. Un mensaje que nos lleva a depender, y eso en una sociedad autosuficiente como la nuestra no es recibido con agrado. Un mensaje que nos recuerda que somos pequeños, que tenemos debilidades, que ante nuestra limitación por alcanzar el cielo, su Creador tuvo que venir y él acercarse a nosotros.

 Dios no envió a su hijo a condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.

Ese es el mensaje, ¡el mismo mensaje!. Ya sea para un adolescente que pregunta el por qué de vidas desdichadas o la mujer que piensa que Dios la hizo a un lado por sus errores del pasado. Jesús vino para que yo sea salvo. ¿Salvo de qué? Del pasado que me atormenta, del peso de mis equivocaciones, del dolor de mis errores, para estar con él desde hoy hasta el día que parta de esta tierra.

El mensaje no ha cambiado, y aunque las tecnologías cambien, las sociedades aprueben leyes polémicas o aunque traten de negar nuestra fe sigue ahí, intacto. Él no vino a condenar al mundo, sino para que tú seas salvo por él.

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