No importa cuán rápido corramos, cuan veloces podamos ser, nuestro pasado siempre es más rápido que nosotros y nos alcanza.

Corriendo

Tuve una mala costumbre durante años, la disimulaba bien, la ocultaba tras un par de actividades y títulos que ostentaba, nadie se daba cuenta, a nadie afectaba más que a mí (al principio), corría. No corría como atleta, como competidor, corría cuando aparecía un problema producto de una mala decisión. Otros lo llaman huir.

Apenas divisaba que una situación empezaba a ser incómoda, que las cosas no salieron como yo quería, o que algo estaba fuera de su lugar emprendía mi plan de escape. Era bastante sencillo, a veces implicaba desaparecer, otras veces implicaba decir un par de frases como «tú sabes que no puede haber nada entre nosotros», «no estoy listo, necesito tiempo», «cada cual por su lado» y etcétera. Al principio no había problema evidente, corría tan rápido como podía y ya estando lejos de la situación podía detenerme y decir «uf, me libré nuevamente» Hasta que un día mi pasado me alcanzó.

Fue una noche de mayo cuando por alguna razón desconocida, mientras descansaba, soñé con todas las tristezas que había causado específicamente a personas cercanas a mí, personas que dije apreciar, que veían en mí un amigo sincero para luego encontrarse con la sorpresa de que la sinceridad también podía ser fingida. Fue un sueño terrible, una tras una aparecían las historias, los recuerdos, las miradas de esas personas decepcionadas por verse traicionadas por la persona que querían. Al despertar bruscamente no podía correr hacia ningún lugar, la pelea era conmigo mismo, no podía huir de mi. Mi pasado había seguido corriendo cuando yo me detuve y me alcanzó.

Recordé el pasaje de la Biblia de Esaú y Jacob (Puedes leer el relato original de Jacob y Esaú en Génesis 25:19 en adelante). Jacob le robó la bendición paternal a su hermano mayor, algo muy ofensivo en ese tiempo. Su hermano estaba enfurecido y quería venganza. Había que salvar a Jacob de la ira de su hermano. La mejor solución, según su madre, era huir lejos, bastante similar al consejo del tío Scar a Simba «huye, huye lejos y nunca vuelvas». Pero su error lo acompañaba.

No importa cuán rápido corramos, cuan veloces podamos ser, nuestro pasado siempre es más rápido que nosotros y nos alcanza.

Entonces, cómo ganas esa carrera? Deteniéndote y confrontando lo que pasó.

Varios años más tarde Esaú fue acompañado por 400 hombres para encontrarse con su hermano. Jacob pensó que era su fin. Se preparó para lo peor, dividió a su familia en dos grupos para que si el primero era atacado, el segundo pudiese huir. Cuando se encontraron ocurrió lo inesperado.

Esaú conoció el rencor, y lo llevó al perdón mucho tiempo antes de ver a su hermano nuevamente. Jacob prefirió correr durante una vida, pero su error lo alcanzó.

Esaú había sido traicionado, y a pesar de eso decidió perdonar, no vivir con una maleta extra en el equipaje de culpa y odio. Los dos vivieron situaciones similares, uno como víctima y otro como victimario; ¿la diferencia? Uno huyó, otro peleó. Uno de ellos vivía una vida plena, mientras el otro vivía con temor de las represalias de su pasado. Cuando se vieron, se abrazaron y lloraron.

Por fin Jacob se liberó de la mochila que pesaba sobre sus hombros.

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